top of page
2024_05_14_PALAU MARTORELL_MEMORIES DEL JAPO_0300.jpg

EL MUNDO DE LOS SAMURAIS

En Europa, el hombre de armas feudal pesadamente protegido de la cabeza a los pies, confiaba en la potencia de sus golpes o, si montaba a caballo, en el impacto de la carga sobre el enemigo. El guerrero japonés, sin embargo, soldado de infantería o jinete, siempre ha antepuesto su agilidad en combate a cualquier forma de protección que pudieran mermarla de un modo u otro.

 

La propia conformación de la antigua armadura japonesa favoreció esta característica: su estructura laminar (armadura tipo dō-maru), la calidad del material y su grosor no excesivo proporcionaban una defensa válida contra las armas ligeras, una protección menor, pero suficiente contra los ataques directos (golpes de pica o cortes de espada), pero garantizando al guerrero la agilidad necesaria para defenderse bien.

 

Esta tipología de armaduras se mantuvo en el tiempo en su estructura básica, con ligeras adaptaciones a medida que variaban las tácticas de combate, hasta la introducción de las armas de fuego en los siglos XVI y XVII, cuando la imperativa necesidad de reforzar la protección personal del samurái hizo abandonar la armadura laminar por la armadura de placas o tosei-gusoku.

2024_05_14_PALAU MARTORELL_MEMORIES DEL JAPO_0330.jpg

MUSHA

Guerreros

Musha es el guerrero tribal, el arquetipo del héroe solitario, el líder en los campos de batalla y el esteta en tiempos de paz. Es, al mismo tiempo, guardián de la paz y defensor del poder aristocrático.

 

A lo largo de los siglos se transformará en la figura del samurái, que significa ‘el que sirve’, la imagen heroica y mítica de la tradición guerrera de Japón construida sobre la base de una continua transposición de historia y leyenda.

 

Los samuráis se formaban en una casta exclusivamente militar y siguieron un riguroso código de honor llamado bushido, ‘el camino del guerrero’, en el que el precepto más importante requería el cumplimiento del deber hacia su daimyō, el señor feudal. Toda su vida era un gesto de bella y absoluta lealtad al daimyō, sin miedo, ni siquiera a la muerte, por lo que su emblema era la flor de cerezo, símbolo de la fugacidad y belleza de la vida. Ya habían pasado dos siglos desde las últimas grandes batallas por la reunificación de Japón, ahora gobernado por la dinastía Tokugawa, pero el recuerdo de las hazañas heroicas se perpetuó alimentado por la nostalgia de los samuráis cuyo poder estaba en paulatina decadencia, y por los sueños de aventura de los pueblos, algo a lo que contribuyeron los musha-e, estampas donde se fijaron para la historia los más afamados guerreros y las más relevantes batallas de Japón.

bottom of page