Fernand Léger, Litografía perteneciente a la serie Cirque 1963. © Fernand Léger, VEGAP, Barcelona, 2024
1881, Argentan - 1955, Gif-sur-Yvette, Francia
Pintor francés que hoy podríamos calificar como un clásico, significó para muchas generaciones «la vanguardia» y «la modernidad», y también, uno de los grandes del cubismo.
Nace en un pequeño pueblo francés del ámbito rural en el último tramo del siglo XIX, un periodo histórico marcado por los cambios tecnológicos, por el desarrollo de las máquinas y el crecimiento de las ciudades. Pronto comprende que el mundo está cambiando de una forma vertiginosa, se desarrolla la urbe con el bullicio, el ruido, la velocidad, la confusión… y comprende que el papel del artista es el de enfrentarse al desafío que supone ordenar ese nuevo caos y transformarlo en belleza, equilibrio y armonía. El arte unido a la vida.
Así pues, el artista no puede ser ajeno a la transformación del mundo, debe estar comprometido, ofrecer soluciones. Esas soluciones no se hallan mirando al pasado, sino aceptando y ordenando el presente, con ideas y recursos actuales. Con estos fundamentos básicos, Léger empieza su propia evolución, a la búsqueda de un mundo armónico.
La trayectoria artística de Fernand Léger es constante y diversa. La preponderancia de las figuras humanas y las formas geométricas, el diálogo entre las líneas y los colores, su gusto por la arquitectura y los planos pictóricos son ingredientes que conforman un arte propio e identificable.
El artista crea un universo propio. Ligado a la tierra y a la naturaleza, a la tradición y, al mismo tiempo, a la modernidad y a la máquina. Un mundo en el que sitúa en el centro al hombre moderno, el hombre de la calle, el que trabaja y el que se divierte, un hombre colorido que vive el espíritu de su tiempo.
Todo le interesa, lo grande y lo pequeño se funden en la categoría de lo necesario. Porque el arte, y su compañero el color, forman parte de lo esencial. Concibe el arte como un elemento fundamental en la organización de la realidad, como parte esencial de la vida, no como algo complementario. Vida y arte, arte y vida, mezclados en esa armonía que siempre ha buscado este genio normando, deslumbrado por París y las máquinas, e hijo de su tiempo.